La carrera empieza al hacer el amor. Diez millones de espermatozoides se lanzan a un viaje que podría llevarlos a un encuentro fortuito y a la promesa de una nueva vida.
Sólo uno puede ganar. El resto perecerá en cuestión de pocos días. En el maratón de la vida no hay premios de consolación. Un único ganador conseguirá fusionarse con el óvulo.
Los espermatozoides avanzan meneando sus colas a través de una peligrosa carrera de obstáculos, la acidez en la vagina, el cuello del útero y el útero.
Los lentos y débiles abandonan. Otros se desvían, se pierden o quedan atrapados. El camino se bifurca en dos trompas de Falopio, pero sólo en una de ellas hay un óvulo a la espera.
La energía y el talento no son los únicos factores que cuentan; este viaje también requiere mucha suerte. Fuertes corrientes dificultan el avance del esperma. Los folículos de la pared uterina capturan a muchos y los detienen.
Al final del túnel, por fin, se encuentra el óvulo, como una estrella solitaria. El esperma ataca sin piedad. Una célula de esperma lleva una carga misteriosa: cada uno puede crear un ser humano único en el mundo.
Ahora quedan solamente alrededor de 100 espermatozoides en esta competición, pero sólo uno conseguirá traspasar la capa protectora del óvulo. De repente, uno consigue penetrar. Es el ganador.
Una vez perforado el óvulo, éste se endurece y se hace impermeable. Para el resto del esperma, el viaje acabó en fracaso. Para el ganador, es el comienzo. Ahora pierde su cola y su carga, y es libre.
El material genético del padre se fusiona con el de la madre. Se origina una célula única y nueva: el óvulo fertilizado. En este instante, casi todos los rasgos del futuro bebé quedan determinados y empieza el desarrollo fetal.